En el filo entre la década que no recuerdan los que la han vivido y la última del siglo XX yo sentía el miasma que se avecinaba y para colmo, la música contemporánea no me volaba la peluca. Había música que me gustaba, pero no me expresaba medularmente ningún contemporáneo.
Eso fue así hasta que una noche de partusa, en las postrimerías del secundario, pasamos a buscar a un tano amigo de mi hermano que paró en seco lo que sea que veníamos escuchando y puso la banda que cierra la entrada. Era un gringo alto, un larguirucho rubio y flaco. Solo cuando hablaba se rompía su imagen de antipiola y como recién bajaba al inframundo tenía la posta de lo que se venía.
Muchachos la cosa va por acá, dijo apretando play y a mi desde ese momento me partió un rayo. Literalmente. No solo escuchaba algo que expresaba ese momento preciso sino que además explicó perfectamente el estado de alienación que siguió (no solamente circunscripto a la Argentina) y que, lamentablemente, parece querer extenderse de forma pertinaz hasta hoy.